EL Rincón de Yanka: COLGAR LOS HÁBITOS: CURAS DESPEDIDOS POR NO SER CÉLIBES

inicio














viernes, 10 de noviembre de 2017

COLGAR LOS HÁBITOS: CURAS DESPEDIDOS POR NO SER CÉLIBES



Colgar los hábitos: 
la hora de la salida
Cada año, 2.300 hombres y mujeres en todo el mundo se secularizan para empezar una nueva vida
Vida Nueva recoge el testimonio de varias de estas personas, que a veces se topan con la incomprensión de la institución que abandonan.

Colgar los hábitos. Una determinación tan personal como la que llevó a quien la toma a consagrarse a Dios y a los hermanos por amor. Desenlace de un tiempo de conflicto interior y exterior que desemboca en un nuevo proyecto vital. Es cierto que en los últimos años, tanto desde la Santa Sede como desde las diócesis e institutos de vida consagrada, se ha allanado el camino para comprender la realidad de quienes dan este paso, si bien los trámites burocráticos siempre podrían perfeccionarse algo para humanizar aún más un proceso de por sí complejo.

De la misma manera, también se va desvaneciendo esa imagen de desertores que ha perseguido y condenado de forma implícita y explícita a aquellos que deciden “salirse”, calificando de forma gratuita como falta de fidelidad su decisión de dejar la consagración. Si bien esta estigmatización pública parece desvanecerse, todavía quedan ciertas inercias.

Así, si el acompañamiento se hace imprescindible en todo proceso de crecimiento y madurez, se ha de reforzar en esta etapa. No se puede permitir que salir del convento se convierta en un sinónimo de abandonar la Iglesia. Está claro que la persona que da este paso vive su propio duelo, un proceso no siempre fácil de asimilar para uno mismo y mucho menos para ser asesorado y tutelado.

Tampoco resulta sencillo de asumir para quienes han compartido con ellos el día a día ni para la institución que les ha respaldado, obligada a realizar una reflexión profunda alejada de un mero reparto de culpas para ahondar en cómo se ha llegado y analizar cómo el estilo de vida de la comunidad ha podido contribuir.

Con esta tesitura, la respuesta bajo ningún concepto puede ser dejarles a la intemperie. Ni afectiva ni espiritualmente, pero tampoco en lo laboral o económico. Porque salir al mundo con nuevos ropajes supone aprender a vivir, a desenvolverse en circunstancias ajenas hasta ese momento, reubicarse con otras coordenadas tan cotidianas como enrevesadas.

El pasado no puede convertirse en una mochila pesada, sino en un equipaje que configura su esencia hoy. De hecho, la Iglesia se encuentra en un tiempo de redescubrimiento del impagable valor que atesoran estos hombres y mujeres de fe, que conocen la realidad eclesial desde dentro, que saben de sus fortalezas y debilidades, con formación y experiencia en los engranajes de una parroquia, un colegio o cualquier otra institución. Todos estos dones trabajados y potenciados durante años pueden y deben ponerse una vez más al servicio de la comunidad o el carisma con el que se identifican, desde la riqueza que están llamados a aportar en esta nueva etapa que han iniciado como laicos. Un salto con o sin red. Depende de todos.

La visita que Francisco hizo hace unos meses a unos curas casados es un gesto que sirve para levantar los estigmas que aún pesan sobre los secularizados. No son pocos los casos de quienes, un día, decidieron “salir”, aunque siempre hay quien interpreta con un peyorativo “abandonar”, una decisión que tuvo visos de epidemia tras el Concilio Vaticano II. En España, en las dos primeras décadas posconciliares, unos 3.000 curas (un 8’5% del total de entonces), abandonaron el ministerio sacerdotal.

Cuando hoy se trata de recabar información actualizada, la respuesta es que no hay datos constatables generalizados. Sí que llevan la cuenta en Roma, desde donde la Congregación para el Clero y la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica apuntan que en los últimos años las “salidas” permanecen en torno a una cifra constante, unas 2.300 al año, entre sacerdotes y miembros de congregaciones religiosas.

No hay un patrón de comportamiento, tampoco hay uniformidad en la forma en la que la Iglesia se toma el que uno de sus hijos abandone, en este caso, el sacerdocio. “La normativa ‘oficial’ venía siendo degradante, denigrante, inhumana, antievangélica. Las declaraciones para favorecer que les concediesen la dispensa, al menos por lo que yo experimenté, eran indignas hasta de una mala madrastra”, dice el sacerdote gallego Xose Rodríguez Carballo.

La otra vocación: formar una familia

De que una cierta normalidad se va imponiendo es ejemplo Chema Damas. A sus 54 años, es un feliz padre de dos niñas de 6 y 5 años, que conoció a la madre de las criaturas cuando ella trabajaba en la Delegación de Pastoral Juvenil de la Diócesis de Jaén, de la cual él era el cura responsable, además de secretario del entonces obispo, Santiago García Aracil.

Hacía tiempo que le rondaba la desazón, pero allí tuvo clara su verdadera vocación: formar una familia. “Había descubierto que me faltaba el lado femenino, lo iba buscando y como la Iglesia no me deja estar casado, no tuve otro remedio que renunciar al sacerdocio porque quería tener una mujer y una familia, la anhelaba mucho y no me quería engañar más, ni tampoco a la Iglesia”.

En general, las diócesis suelen ser comprensivas con los que se secularizan y las hay que, durante dos años, les ayudan económicamente a sobrellevar la situación hasta que puedan valerse materialmente por sí mismos. 

Para el teólogo Xabier Pikaza, sacerdote mercedario hasta 2003, “la Iglesia-Institución ha abandonado a muchos que han ‘salido’, y lo ha hecho con poco evangelio y mucha cortedad humana”.

Exreligioso y actual laico comprometido marianista

En 1998, tras 10 años en la Compañía de María, en cuyo noviciado entró con 19 años, Juan Eduardo Arnaiz abandonó aquella vida. “Pero nunca he dejado de ser marianista”, añade con prontitud. “Fueron unos años muy hermosos, muy intensos. Pero hubo un momento en que entré en crisis, donde, a pesar de haber profesado los votos perpetuos, descubrí que no me veía en esa vida para siempre”.

Recuerda que fue “un momento doloroso”, y ataja: “También para la comunidad”. Pero enseguida añade que siempre se sintió acompañado por ellos. “Fue una experiencia muy positiva, con un año y medio de discernimiento, y sintiendo la cercanía de mis hermanos de congregación, incluso del provincial, que siempre estuvo muy atento al proceso”.

****************************************
Quiero decirle a mis hermanos sacerdotes casados, que siempre serán sacerdotes. Que no están solos. Y que estamos con vosotros, siempre...¡Que El Señor de La Vida, del Amor, de La Paz con Justicia les siga bendiciendo, guardando y protegiendo, junto a los suyos, siempre.... Amén!
Es muy lamentable lo que está sucediendo desde hace muchos años en nuestra iglesia. El problema en sí mismo y por sí mismo es inhumano e insolidario. Desde la misma eclesiología empieza el problema. Continuando en el mismo seminario. Todos los seres humanos necesitamos relacionarnos, sentirnos en una comunidad verdaderamente humana (hombre y mujer) y social y no clerocéntricamente enferma e inhumana. 

Los sacerdotes viven aislados sin ninguna experiencia comunitaria fraterna y familiar. Están más estresados que nunca.... Los obispos siguen como si nada. Son robots como el resto del clero en un espantoso individualismo egocéntrico y egotista. Pedimos comunidades vivas y fraternas ya. Pedimos un cambio de modelo eclesial ya. Por nuestros sacerdotes, por nuestros laicos, por nuestras parroquias, por nuestra misión....

VER+:

El celibato no es un dogma

A muchos católicos les sorprende enterarse que el día de mañana el Papa podría modificar la norma del celibato, y no pasaría nada. Esto es así porque el celibato de los sacerdotes es una norma eclesiástica, pero es variable y no de derecho divino.
También les sorprende saber que hay algunos sacerdotes católicos casados, pero son pocos y se encuentran en situaciones especiales, tales como pertenecer a una comunidad oriental en unión con la Iglesia romana, donde tradicionalmente se permiten los sacerdotes casados, o haber sido ministro casado de alguna comunidad protestante, que se ha convertido al catolicismo.

"En la jerarquía de la Iglesia, en la institución, 
falta mucha sensibilidad y mucha humanidad"